viernes, 12 de septiembre de 2014

County line - Cass McCombs

Otra cálida noche de septiembre y desde mi galería intento entrever los restos de la última superluna del verano. Un verano al que le quedan poco más de diez días y que ha sido tan intenso musicalmente que las melodías siguen en duelo de neurona a neurona intentando sobrevivir y no caer por los surcos. Como esta delicia de Cass McCombs que me lleva directamente a la noche del 10 de Julio, al también delicioso Petit Format celebrado en los jardines de Ca'n Sumarro de l'Hospitalet de Llobregat, pequeño festival gratuito del que me enamoré perdidamente el año pasado viendo a Neil Halstead.


Una sesión de conciertos que empezó con una reunión que sería la previa a la gran reunión del verano, esa que ha desembocado en una lista imparable de eventos a compartir, por obra y gracia del festival Maldaltura al que acudimos una semana después. Que continuó con Tirana, primer concierto de la noche que, aunque a muchos entusiasmara, no me causó demasiado efecto. Y con unos encantadores Renaldo i Clara, pura dulzura y sencillez pop suave cocinado para hacer las delicias de los amantes de los sonidos delicados de pocos decibelios, casi a modo de nana, incluso con algún eco a los también encantadores Stereolab, ideal para mecer el anochecer que acompañaba.


Pero, como he dicho al principio, el gran reclamo de la noche para mí era Cass McCombs. Un músico de extensa trayectoria y discografía que apenas dominaba pero que pocas canciones escuchadas en la radio y alguna recomendación por parte de nuestro gran bboyz hicieron que se me hiciera imprescindible, ideal para un contexto como aquel, sin lugar a dudas. Un bboyz que se unió a nosotras y escribió una gran crónica en la que encontraréis muchos más detalles que en estas escasas líneas.


Porque os confieso que ahora mismo me veo incapaz de recordar todo lo necesario para escribir algo decente. Pero, aún así, no puedo olvidar las sensaciones de derroche de encanto y amor absoluto que destiló su directo. Una guitarra con la justa potencia para que no nos durmiéramos pero sin hacer saltar por los aires el aura de delicadeza de las melodías que acompañaban, un ritmo suave pero marcado. Melodías dulces con reminiscencias sesenteras cantadas por una voz excelente dotada de un gran carisma. Y una sonrisa de las que no se van de la memoria, complemento extra para que todo fuera tan delicioso como esta "County line" que acompaña estas líneas y de la cual el concierto no es más que una excusa tonta para dejarle un hueco en este espacio. Porque, también, gracias a ese concierto se convirtió en otra de mis canciones de este verano.


martes, 9 de septiembre de 2014

Legal man - Belle & Sebastian

Se supone que en algún momento del mes pasado debería haber escrito una crónica (más o menos) seria del que tiene muchos puntos para convertirse en mi concierto de este año (aunque la lucha con el de The National en el Primavera Sound le ponga difíciles las cosas). Así que sólo por el hecho de la gran sorpresa que supuso y por haber albergado mi momento del año justifica que le dedique al menos unas líneas, hoy que por fin encuentro energía e inspiración para hacerlo.



Os pondré en contexto, algo imprescindible para entender la magia de todo. Noche de verano (exactamente, el pasado 26 de Julio). Pueblo de mar. Un escenario en alto, con vistas al mar, al puerto, al pueblo, a los barcos. Al otro lado, un despeñadero coronado por pinos iluminados. Mi amiga Adriana, fan irrefrenable de la banda de Glasgow, me convenció para hacer el viaje hasta Sant Feliu de Guíxols, en la Costa Brava, con el presagio de hacer un fin de semana de playa, concierto y desconexión. Va, tras reconciliarme con ellos el año pasado en el Low Cost de Benidorm se merecían una cuarta oportunidad. Cuatro, que se dice pronto. A saber cuánto volveré a darle tantas oportunidades a una banda.


Os confesaré que, teniendo en cuenta las circunstancias y la esperada familiaridad del evento (sí, porque algo así en Barcelona es impensable y, si os soy sincera, no tendría la misma gracia), yo tenía un objetivo. Sí, Miss Vergüenza pretendía acabar subida en el escenario bailando con Belle & Sebastian. Y no eran fantasías, porque si de algo me había servido verles tres veces antes era para saber que eso siempre ocurría. El escenario invadido de fans bailando con ellos. Porque sí, porque era el momento, la compañía y el lugar para hacerlo. Por mucho que hubiera una parte de mí que pensara que no tendría ovarios para hacerlo. La vergüenza, esa gran barrera que hace que te pierdas tantas cosas en la vida (afortunadamente, en mi caso, cada vez menos. Será que me estoy haciendo mayor).


Conseguimos esa primera fila que ansiábamos, requisito imprescindible para el objetivo. Y como sorpresa al día, apareció Paloma, una de mis compañeras Primaverales de Madrid, que tras compartir con nosotras y sus encantadores acompañantes una deliciosa comida al llegar al pueblo, ahí estaba con nosotras tan dispuesta a darlo todo como nosotras. Cuestión de actitud, sin duda. Algo que echamos a faltar un tanto al empezar el concierto y ver la que imperaba en la mayoría (por suerte, no en todo) del público a nuestro alrededor. Un público curioso, formado por familias enteras, fans de toda la vida que habían recorrido equis kilómetros para disfrutarlo, algún que otro curioso y algo de público local y de alrededores en pose de "hay que estar aquí porque por un día que pasa algo interesante (y ya)".


Y qué más daba lo que la mayoría manifestara porque desde el minuto cero, al aparecer todo el arsenal de músicos en el escenario, estimularon todos nuestros lacrimales y dieron empuje a nuestros folículos pilosos. Parálisis, emoción extrema, éxtasis. Cualquiera de estas palabras no conseguiría describir al cien por cien todo lo que sentimos la mayoría de nosotros, cada uno con su favorita sonando en algún momento en un concierto diseñado para el disfrute máximo de los que les han ido siguiendo a lo largo de los años. Personalmente, escuché los primeros acordes de "I'm a cuckoo" como segunda canción y casi morí. A continuación, lo hacía Adriana con "Like Dylan in the movies". Y yo con "If she wants me", su piano y sus violines. Y ella con ese "I want the world to stop" tan lleno de significado, doloroso pero terapéutico. Y así continuamente, durante una hora y media.


"Cinco violines (que en realidad, inciso, eran cuatro y una viola) y un cello sobre el escenario, no me digas que no te está gustando!" me comentó Adriana a la mitad de concierto. Una frase que casi podría reflejar mi cielo musical. Pop del bueno llenando un escenario con toda una sección de cuerda casi entera sonando, acompañada de una trompeta o una flauta de tanto en tanto. Y solos de guitarra de Stevie Jackson para poner los vellos de punta. Y Stuart Murdoch dándolo absolutamente todo, lo que hiciera falta. Descansando haciéndome derretir en lágrimas cuando se sentó en el borde del escenario para cantar una de mis favoritas, "Piazza, New York catcher", lágrimas que no pudieron parar con "I believe in travellin' light" y casi tuve que suplicar un "¡Basta!" con las primeras notas de "My wandering days are over". Imposible cerrar el grifo con tal trío de canciones.


La noche avanzaba y empezaron a sonar los primeros acordes de "The boy with the arab strap". La señal. Infalible. Stuart bajo del escenario, atravesó el foso y se posó sobre la barandilla de donde estaba el público para darnos la mano a los que estábamos en primeras filas e invitándonos a bailar. Una mirada convencida y emocionada de Adriana, que no estaba muy convencida de mi objetivo al principio, me (y nos) decidió a hacerlo. Estampida incontrolada de esas que no sé aún como sorteé sin volar por las escaleras. Tal fans adolescentes atravesamos incrédulas las barreras de acceso al backstage y subimos las escaleras traseras del escenario. Adrenalina a tope. Frontera entre consciencia e inconsciencia. Y allá que fuimos.


¿Dónde esta Stuart? Nos preguntábamos mientras intentábamos recuperar la respiración y mirábamos el público delante. Mil cámaras y móviles inmortalizando el momento. Y Stuar detrás, al piano, al ritmo de la canción, tan sonriente como siempre. Imposible hacernos fotos propias, para qué perder el tiempo intentándolo sin cesar y perdernos ese momento. Porque era el momento de bailar, sin vergüenza ni complejos, con el corazón acelerado y todo el cuerpo sudando con el calor de los focos. Pero no era el final, no. Las primeras notas y el ritmo de "Legal man" nos enloquecieron aún más y Stuart se colocó delante con su guitarra. Y sólo por eso, se convirtió en una de mis canciones de este verano.


Con la adrenalina por los aires, Stuart se despidió de cada uno de nosotros dándonos la mano agradecidos, volvimos atrás y ni tan sólo mi abanico funcionando al máximo pudo acabar con el sudor y el calor que llevábamos encima. Cantamos "Get me away from here, I'm dying" aún incrédulas de lo que habíamos vivido. Acabó el concierto, charlamos con nuestros acompañantes y no pudimos bajar de la nube. Ni tan solo el paseo hasta la pensión pudo mitigar tal sensación. Ni el kebab hambriento de la una de la noche. Ni el sueño rendido. Nada. Al día siguiente nos tumbamos en la playa de Sant Feliu de Guíxols, nadé playa arriba y playa abajo y costaba quitarse las imágenes de la noche anterior de la cabeza.


Y no sólo fue el haber subido al escenario. Fue todo. El lugar, el setlist, el elenco de músicos, el sonido, lo cuidado que estuvo todo. Y las canciones, más bonitas imposibles, dulces pero hirientes, alegres pero melancólicas, toda una ensalada de emociones. Y casi lo mejor, la sorpresa. Que un grupo al que le daba la cuarta oportunidad me hiciera vivir uno de mis conciertos del año y, si me apuras, de mi vida. ¿Qué más se puede pedir? Sí, haberlo compartido con quien lo compartí. Por algo todo este texto habrá fluído solo de mis manos en una calurosa noche de principios de septiembre.