Perspectiva de una noche de sábado sin planes definidos, un whatsapp de mi amiga Adriana llegó a tiempo proponiéndome un concierto muy económico que a ella le hacía buena pinta. Robert Forster, de primeras confesaré que no, que no sabía que era de The go-betweens, banda de la que conocía el nombre pero en la que nunca había profundizado. Algo me dijo que sí, que podría gustarme, va, venga, me animo, vayamos a la aventura. No tuve tiempo de escuchar nada previo, y me planteé el concierto de la manera más estimulante posible: iría totalmente a ciegas, quién sabe, puede ser una gran experiencia.
Lugar, teatro del ÇCCB, ciclo Primera persona, una curiosa e interesante propuesta que combina sesiones literarias y musicales mezcladas aunque de manera un tanto aleatoria y sin mucho que ver. Porque curioso fue llegar a la hora en que empezaba, hacernos con las dos últimas entradas disponibles ante los ojos atónitos de la chica que desafortunadamente (para ella) había llegado un segundo después que nosotras, y de repente encontrarnos en una sesión literaria protagonizada por el escritor Donald Ray Pollock. Un escritor al que sinceramente desconocía, por lo que finalmente fue una oportunidad para conocerle de pleno y picarme la curiosidad en su obra, por qué no. Ya se sabe, el saber no ocupa lugar, y menos el saber literario, otro autor más en la lista de pendientes de lectura, y yo feliz, oye.
Pero aquí lo importante era la música, y alrededor de las 12 apareció
sobre la escena un elegantísimo Robert solo con la guitarra
interpretando dos temas de manera muy correcta. Pensábamos que la velada
iba a ser tranquila, desconocedoras de qué nos encontraríamos. ¿Tocaría
los éxitos de su banda? ¿Sus canciones en solitario? Sinceramente, no
podría decirlo, ni antes ni después. Porque tras esa introducción entró
toda su banda, compuesta por seis músicos locales, llamada Els micacos.
Ante mi desconocimiento total de las canciones (aunque
quizás alguna me sonó), me resulta obviamente imposible nombrarlas con
exactitud. Pero lo que no puedo pasar por alto son las tremendas
sensaciones que tuvimos ante esa hora y cuarto de música que pudimos
presenciar, porque fue algo muy grande. Muy grande ver sobre el
escenario toda la elegancia y el buen hacer de este buen señor,
entrañable y divertido, cantando y llevando la batuta tal director de
orquesta de todos los músicos. Muy grande la banda que le acompañaba,
que llenaron de sonido el teatro y nos llevaron las canciones directas
al alma. Por lo que pudimos intuir por las reacciones del público,
debieron tratarse en su mayoría de canciones de su banda. Deliciosas
melodías de pop ochentero con ecos (al menos a mi parecer en su momento)
a The smiths, los Waterboys más poperos y otras bandas de los ochenta
como The the de esas que te quitan de un plumazo todo prejuicio negativo
sobre la música de la época.
Canciones con las que lo pasamos en grande, conscientes en cada momento del gran privilegio de estar presenciando algo así, y sintiéndonos totalmente afortunadas de haber decidido acercarnos. Canciones que, como podéis imaginar, me puse a buscar al día siguiente, reconociendo algunas de ellas del concierto. Como esta, que me encanta, y que me atrevería a definir como la que acabó el recital, ya en el bis, con todo el público en pie dándolo todo. Porque si nosotras disfrutamos, mucho más debieron de disfrutar aquellos que iban a verle con todas las ganas y la ilusión del mundo. Nunca es tarde para ponerse con los grandes clásicos; ya se sabe, como he dicho antes, si el saber literario no ocupa lugar, el musical aún menos. Sean bienvenidos The go-betweens a mi vida, no podrían haber entrado mejor.